pequeñas y grandes virtudes
«En relación con la educación de los hijos, pienso que se les debe enseñar, no las pequeñas virtudes, sino las grandes. No el ahorro, sino la generosidad y la indiferencia respecto al dinero; no la prudencia, sino el valor y el desprecio del peligro; no la astucia, sino la franqueza y el amor a la verdad; no la diplomacia, sino el amor al prójimo y la abnegación; no el deseo del éxito, sino el deseo de ser y de saber.
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No es que las pequeñas virtudes sean, en sí mismas, despreciables, pero su valor es de orden complementario, no sustancial; no pueden estar solas sin las otras, y solas, sin las otras, son un pobre alimento para la naturaleza humana. El modo de ejercitar las pequeñas virtudes, en medida moderada y cuando sea del todo indispensable, el hombre puede encontrarlo en torno a sí y beberlo del aire; porque las pequeñas virtudes son de un orden bastante común y difundido entre los hombres. Pero las grandes virtudes, no se respiran con el aire, y deben ser la sustancia prima de nuestra relación con nuestros hijos, el primer fundamento de la educación. Además, lo grande puede contener a lo pequeño, pero lo pequeño, por ley de naturaleza, no puede en modo alguno contener a lo grande.»